jueves, 22 de noviembre de 2012

ERAUL, NAVARRA, 5 DE MAYO DE 1873. La guerra cambia de forma.



Guerrillero carlista 1873 .- Fuente: Album  Siglo XIX
Antecedentes. Incursión en La Rioja y encuentro en Peñacerrada

Tras la derrota de Oroquieta en Mayo de 1872, en la que se dio casi por concluida la rebelión carlista en Navarra, y que arrastró a todo el territorio vasco, el proceso de reestructuración del ejército carlista en la zona fue lento y proceloso.
Mientras en Cataluña se sostenía la guerra a duras penas, en Navarra y las Provincias se trataba de recuperar la iniciativa desde Diciembre mediante el levantamiento de nuevas columnas que, sin armas y con apenas recursos debían mantener en vilo y en confusión a las tropas gubernamentales. La reunión de tales partidas se hacía en torno a los oficiales o jefes que progresivamente volvían desde Francia para reavivar el conflicto, e implicaba un gran esfuerzo para dotarlas de suministros y armamento. Por otro lado, los mandos debían combatir el efecto que producían las continuas órdenes de indulto que ofrecía el gobierno a los alzados desde el convenio de Amorebieta, que propiciaban las deserciones de aquellos ante las continuas marchas y contramarchas sin objeto aparente a las que se veían sometidos.
Don Antonio Dorregaray, el nuevo General en Jefe del Ejército Carlista del Norte, había entrado en España el 17 de Febrero de 1873, y el Brigadier Nicolás Ollo que ostentaba la comandancia general de Navarra, se puso a su disposición en Lecumberri. Se forman allí los dos primeros batallones navarros, el 1º del Rey bajo el mando del Teniente Coronel D. Eusebio Rodríguez y el 2º de la Reina, cuyo comandante es el Teniente Coronel D. Teodoro Rada, el que habría de ser el mítico “Radica”. Así mismo, y con la tropa de caballería reunida, 120 caballos, nacen los dos primeros escuadrones del Regimiento del Rey, bajo el mando del Brigadier Pérula. Empieza así a tomar forma de regularidad el Ejército Carlista.
La misión de Dorregaray era la de coordinar los esfuerzos de la distintas partidas y columnas para lograr una estrategia común, y promover su encuadre en un ejército convencional. Para ello debía enfrentarse a las ya mencionadas dificultades del municionamiento, pero también a los problemas organizativos y de disciplina que generaban muchos jefes de partidas, que se negaban a someterse. La figura más destacable de estos caudillos rebeldes, por lo famosa, fue sin duda la del Cura Santa Cruz.
Por otro lado, el gobierno había desarrollado una estrategia muy semejante a la ya empeñada en los comienzos de la 1ª Guerra Carlista, y que acabaría por dar un resultado semejante, si bien inicialmente sometió a las exiguas partidas carlistas a gran presión. Así, el Ejército de maniobra se distribuyó en pequeñas columnas mixtas, conformadas por uno o dos batallones de infantería, un escuadrón de caballería y, en ocasiones, una sección de artillería de montaña. La combinación de varias de estas columnas ligeras permitía una mayor efectividad en la persecución de las escurridizas partidas, y evitaba las grandes concentraciones del enemigo.
Corneta carlista 1873
A ellas se unían, en las poblaciones estratégicas de paso entre provincias, pequeños destacamentos de infantería, conformados por secciones de infantería y pequeñas unidades de migueletes, somatén, Guardia Civil o Voluntarios de la Libertad, que se combinaban con las columnas o bien evitaban, en casas fortificadas al efecto, que los carlistas se asentaran en ninguna población para aprovisionarse.
Las marchas de Dorregaray a través de Alava, Vizcaya y Guipúzcoa, no provocaron el alzamiento generalizado que se esperaba. Por su lado, el comandante general de Guipúzcoa y la Rioja, el general Lizárraga, acosado por las columnas del Coronel De Cuenca, y General Loma, se veía en la necesidad de unirse a aquel con sus exiguas fuerzas ante la negativa de someterse a su mando por parte de Santa Cruz. Sus tropas se conformaban del incipiente Batallón  de Azpeitia, y la Compañía de Guías de Castilla que no sumaban más de 400 hombres.
Por ello, Dorregaray decide visitar nuevos escenarios donde evitar el copo por parte de las columnas liberales que le persiguen, bajo las órdenes de los Coroneles Costa, Castañón y Navarro, y encontrar nuevos recursos, para lo cual resuelve invadir La Rioja.
Con tal fin, reúne a casi todas sus fuerzas disponibles, y las divide en dos columnas. La primera, una columna volante comandada por Pérula, y compuesta por cuatro compañías del 1º de Navarra y 100 caballos, debe tomar las guarniciones de Briones y Casa la Reina, cobrar una contribución de 8.000 duros por cada población, e incautar suministros y armas. El resto de las tropas bajo el mando del mismo Dorregaray, conquistarán Haro, en donde esperarán a Pérula., volviendo a reunirse la tropa al completo.
La concentración se lleva a efecto en la noche del 1 de Mayo de 1873 en los altos de la Sierra de Toloño, sobre San Vicente de la Sonsierra. Allí se les unen 200 alaveses y riojanos bajo las órdenes del Brigadier Llorente, veterano de la 1ª Guerra Carlista. Pérula con sus escuadrones queda a retaguardia y reúne a duras penas a los rezagados, a punto de desmoronarse, tras días de marchas y contramarchas por la Ribera. Finalmente, a las 11 de la noche consiguen cohesionarse las unidades. Pérula dirige una avanzadilla de 20 hombres de la 4ª compañía del 1º de Navarra y cuatro caballos, que se lanza por la calle Mayor de la población hacia el puente que cruza el Ebro, con idea de tomarlo por sorpresa y permitir el paso del resto de los expedicionarios. Tras él, a cierta distancia, van el resto de las compañías. Cuando llegan a las cercanías de la casa fortificada donde se refugia la guarnición republicana, ésta hace fuego y hiere a algunos hombres, entre ellos el capitán de la 4ª. Pérula sigue a la carrera con sus hombres y cruzan el Ebro, mientras el resto de las fuerzas implicadas retroceden y vuelven a las inmediaciones del Toloño. El grueso de la caballería navarra queda bajo el mando del Marqués de Valdespina.
Al amanecer del 2 de Mayo, Pérula se encuentra en la ribera sur del Ebro con las compañías de infantería que le habían sido asignadas, que habían cruzado el río durante la noche por otro punto más alejado. A oídos de los reunidos, empiezan a escucharse las llamadas del somatén y lejanas cornetas de columnas perseguidoras que llegan desde San Vicente, Briones y otros pueblos cercanos. Reunidos en consejo de oficiales en un viñedo, resuelven adentrarse en territorio riojano en dirección a Burgos. Comienza así la épica marcha de 6 días de Pérula por territorio de La Rioja, Burgos, Alava y Navarra.
Las fuerzas de Dorregaray y el Coronel Costa chocan en Peñacerrada 02/05/ 1873  Fuente Album Siglo XIX
Mientras tanto, Dorregaray con el grueso de las fuerzas, había abandonado el plan inicial y se volvía al Norte en dirección a Peñacerrada, a dónde llega al anochecer del mismo día 2 de Mayo con sus hombres agotados por la brutal marcha. Sin embargo, las avanzadillas carlistas del capitán Balduz habían descubierto en las cercanías a la columna republicana del Coronel Costa que se dirigía al mismo punto, e informaron en varias ocasiones al mando. A pesar de ello, los carlistas no contramarcharon y ambas fuerzas se encontraron y chocaron inopinadamente en el centro de la población. En la confusión que siguió, Dorregaray perdió su equipaje, y sus fuerzas se desbandaron con excepción de la compañía del Capitán Foronda, formada por soldados guipuzcoanos pasados del ejército liberal, que quedó a retaguardia, y que atrincherada en los muros de piedra de la afueras, dirigida por Lizárraga , contuvo la acometida de Costa.
Las fuerzas republicanas reconocieron 1 herido en el combate. Dorregaray, en su diario de campaña, habla de 3 ó 4 bajas propias. Los republicanos aumentan a 8 los muertos carlistas y 7 prisioneros.
Las fuerzas carlistas consiguen concentrarse de nuevo, tras su dispersión, en Lagrán donde pernoctan, y el 3 de Mayo descansan en la Aldea. Allí tiene noticias el General en Jefe carlista de la proximidad de las tres columnas perseguidoras, y se dirige a San Román donde deja para cubrir la retaguardia a media compañía, para permitir la retirada del grueso. A San Román le sigue la columna Castañón, precipitando la huida del grueso del ejército enemigo, y tomando prisionera a la unidad carlista destacada, tras haber presentado ésta ligera resistencia.
Las desmoralizadas fuerzas legitimistas siguen su precipitada marcha por Apellaniz, Virga, Buceti y llegan a media noche a Bostegui y Onraita, donde pernoctan. La Columna Navarro lo hace en Torres, tras cruzar Maeztu en combinación con Castañón. Este, acampa en San Román, y la Columna Costa en Albaina.
Dorregaray se desplaza el 4 de Mayo por Larrona y Eulate, para pernoctar en Galdeano, en dirección al valle de Allín, intentando alejarse del copo de las columnas liberales. Esa misma noche, mientras Navarro volvía a Maeztu para pernoctar, estallaba una crisis entre los mandos legitimistas.
Los hombres estaban agotados y desmoralizados. Numerosos efectivos se habían disgregado del grueso de la columna en  los últimos días. Algunos habían caído prisioneros, otros muchos habían quedado por el camino, rotos de agotamiento. Había secciones enteras que desertaban en pleno. Cuarenta guipuzcoanos habían abandonado el batallón de Lizárraga la noche anterior. Se corre un serio riesgo de que las fuerzas carlistas se disuelvan si no se entra en combate. Sin embargo, no tienen ni armas ni munición para sostenerse ante el ataque de tres columnas que totalizarían cerca de 6 batallones de infantería, más artillería y caballería.

Ejército y mandos carlistas.
En la acción de Eraul estuvieron presentes un buen número de altos mandos del Ejército carlista, cuya formación se encontraba en ciernes, debido a la presencia en la columna navarra del comandante de más alto rango del Ejército del  Norte.
Fuente Album Siglo XIX
D. Antonio Dorregaray y Dominguera, Marqués de Eraúl, General en Jefe del Ejército Carlista del Norte desde el 17 de diciembre de 1872, nació en Ceuta en 1824. A los 12 años de edad figura ya como cadete del Ejército de Carlos V, donde obtiene menciones por su valor. Se acoge al convenio de Vergara en 1839, y combate en 1840 contra el ejército carlista en Cataluña. Valeroso y enérgico, va adquiriendo experiencia militar en la sublevación carlista de 1846, Cuba y, sobre todo, en la Campaña de Marruecos, donde es ascendido a coronel de infantería. Como muchos otros oficiales y soldados carlistas que se acogieron al convenio de Vergara, cuando estalla la revolución de 1868 que destrona a la reina Isabel II, se ve liberado del juramento dado a la soberana, y solicita la licencia absoluta en el ejército para presentarse bajo las órdenes de Carlos VII, quien le nombra Ayudante de Campo. En Marzo de 1871 es nombrado comandante general  del Reino de Valencia, iniciando los trabajos de conspiración en aquella región para el levantamiento carlista. El 22 de Abril de 1872 se alza en armas con una partida de 105 hombres, habiendo fracasado el alzamiento. El 23 es herido en el brazo en la acción de Portaceli. En Septiembre es llamado por Carlos VII para nombrarle Comandante General del Ejército del Norte tras el desastre de Oroquieta.
Fue un exponente más del grave problema que sufrió el Ejército Carlista en la 3ª Guerra: la falta de oficiales superiores y altos mandos profesionales que apoyaran la causa legitimista, motivó que muchos provenientes del Ejército Regular de Isabel II fueran ascendidos a puestos superiores a los correspondientes a su experiencia militar, por la doble motivación del incentivo y de cubrir todos los puestos del escalafón.
Dorregaray se mostró brillante a nivel organizativo al conseguir levantar un ejército  poderoso con los escasos recursos con los que contaba a comienzos de la guerra, o al reorganizar el ejército de Carlos VII en apenas un mes, tras la desastrosa campaña de Bilbao. Pero se veía acometido por la indecisión en momentos en los que podría haber desarrollado una mayor iniciativa, como en la campaña previa a Eraul, o tras la batalla de Abárzuza en 1874, quizá la última gran oportunidad estratégica con la que contó el bando carlista, y que el general no supo, o no pudo aprovechar.
Culto, melómano, de difícil carácter, de absoluta fidelidad a Carlos VII, fue constantemente cuestionado por sus subordinados más inmediatos. El Marqués de Valdespina, su Jefe de Estado Mayor cuando cruzó la frontera, o el Teniente Coronel Carlos  Calderón, su ayudante durante los primeros meses, le criticaban abiertamente desde el comienzo de  la campaña, siendo personas muy cercanas al rey. Por otro lado, su falta de tacto, le hacían ganarse la animadversión de aquellos. Así, en Febrero, en Lecumberri, cuando se le unieron las primeras tropas que comandaba, manifestó en una proclama que en ese momento, con su presencia, empezaba la guerra, en detrimento de los cabecillas que llevaban combatiendo desde Diciembre de 1872.
La herida de bala en su brazo izquierdo sufrida en la acción de Portaceli, pudo influir sin duda en su airado estado de ánimo. La actividad a la que se vio sometido, impidió que se tratara la herida adecuadamente, generándole supuraciones y un intenso dolor, además de la necesidad de llevar siempre el brazo en cabestrillo, requiriendo curas diarias con sangre de cordero.
Sus enfrentamientos con los diversos mandos subordinados, pudo ser una de las causas por las que Carlos VII le diera el mando del Ejército del Centro a mediados de 1874. Mando controvertido que derivó en la instrucción de un Consejo de Guerra para juzgar su actuación, y que fue solicitado por él mismo General.
Marqués de Valdespina

D. Juan Nepomuceno de Orbe, IV Marqués de Valdespina es sin duda una de las figuras militares y políticas emblemáticas del carlismo. Nacido en Ermua en 1819, hijo de D. Jose María de Orbe y Elío, que fuera Mariscal de Campo y Ministro de la Guerra de Carlos V, inició su carrera militar como Ayuda de Campo de su padre durante la 1ª Guerra Carlista, mientras éste ostentaba la Comandancia General de Vizcaya. Participó en diversas acciones de aquella guerra, terminando la misma con el grado de comandante, y habiendo sido condecorado con la Cruz de San Fernando. No habiéndose acogido al Convenio de Vergara, se exilió a Francia participando en las sucesivas conspiraciones y alzamientos carlistas que jalonaron el Siglo XIX. En 1848 fue ascendido a Teniente Coronel y comisionado por el General Alzáa para la formación del 1º Batallón de Guipúzcoa. Fue ascendido a Coronel en 1860 por su participación en los hechos de San Carlos de la Rápita, a Brigadier en 1868, a Mariscal de Campo en 1869, a comandante interino de Vizcaya en 1872. Jefe de Estado Mayor del Ejército del Norte en 1873 en el periodo de la acción de Eraul, tuvo una participación decisiva en la misma. Hombre de confianza de Carlos VII, ostentó posteriormente diversos cargos de alta responsabilidad, entre ellas la Comandancia General de Vizcaya en 1874, y la Dirección de Caballería. En 1875, dirigió la famosa carga de caballería de Lácar. Muy querido por el Rey, respetado y admirado por sus hombres, fue, sin embargo, partícipe de las continuas desavenencias y enfrentamientos que jalonaron los altos mandos del Ejército Carlista desde el comienzo de la guerra, y que fue una de las causas del resultado del conflicto.
Nicolás Ollo

Nicolás Ollo y Vidaurreta, es una de las figuras míticas y, probablemente, de las menos estudiadas del carlismo. Algunos historiadores ven en su biografía ciertos paralelismos con la vida y la maestría en el mando de Zumalacárregui, si bien su actuación fue menos decisiva que la del General del primer conflicto carlista.
Nacido en Ibero, Navarra, en 1816, inició su carrera militar como soldado en el 3º Batallón de Navarra del Ejército Carlista en Abril de 1834, poco después de que aquella unidad quedara prácticamente diezmada en su particular “marcha de la muerte” en Noviembre de 1833.
Herido en la acción del Perdón en Septiembre de 1837, se adhirió al Convenio de Vergara con el grado de alférez, y desde entonces unió su vida militar y política a la figura de Leopoldo O’Donnell. Ascendido a Capitán en 1848, fue destinado al Regimiento de la Princesa, ascendiendo a Comandante en 1856. Combatió con dicha unidad en la Guerra de Africa, siendo ascendido a Teniente Coronel durante la misma.  Pidió el retiro a los dos meses de concluir la misma, cansado del trato injusto en el reparto de condecoraciones, méritos y ascensos. En 1868 se presentó ante el Duque Madrid, y participó en las diversas conspiraciones que se desarrollaron desde entonces en su favor. En Mayo de 1872 fue nombrado jefe de Estado Mayor del Brigadier Carasa. En 1873, fue ascendido a Brigadier por Dorregaray y nombrado comandante general de Navarra. Mariscal de Campo tras la acción de Eraul, se le concedió el título de Conde de Somorrostro, por su mando en dicha batalla.
De carácter modesto y poco expansivo, nunca fue reacio a dar su opinión a sus superiores, aunque no participó jamás en los conflictos y desavenencias que jalonaron el alto mando carlista a lo largo de toda la guerra. Como Zumalacárregui, era contrario al asedio de Bilbao, y como éste murió en acción a las puertas de la villa vizcaína.
Teodoro Rada "Radica"

Teodoro Rada (Radica): Pocos datos se conocen de una de las figuras más queridas del bando carlista. Combatió en su juventud en la filas del Ejército Carlista durante el primer conflicto meses antes del fin de la guerra. Después, acogiéndose al Convenio de Vergara, volvió a su ciudad natal, Tafalla, donde ejerció de albañil, siendo, sin embargo, gran aficionado a la lectura y especialmente a la Historia Militar. En 1872 levantó una partida carlista que se esforzó por organizar como una unidad del ejército regular, conformando el 2º Batallón de Navarra. Campechano, franco, de gran valor, las tropas bajo su mando eran famosas por el ardor de sus cargas a la bayoneta que él mismo dirigía. Previamente a la guerra, perteneció a la escolta de la Reina Dª Margarita que le profesaba gran cariño y respeto. Murió en el sitio de Bilbao, del mismo obús que mató a Ollo.
Antonio Lizarraga

D. Antonio Lizárraga y Esquíroz, nació en Pamplona en 1817, comenzó su carrera militar en el Ejército Carlista durante la 1ª guerra a los 17 años como soldado. Al finalizar la guerra, se acogió al Convenio de Vergara, reconociéndosele el grado de Teniente del Ejército Liberal. Prestó servicio con el Ejército Gubernamental en Cataluña, en 1848, durante la 2ª Guerra Carlista, ascendiendo a Capitán y siendo condecorado con la Cruz de San Fernando de 1ª Clase. Ascendido a Comandante del Batallón de Cazadores de Arapiles en 1860, lo fue a Teniente Coronel en 1866 tras intervenir en la represión del Motín de San Gil. Se opuso a la Revolución de 1868 y se presentó a Carlos VII en 1869, quien le ascendió a Coronel. Perteneció a la Junta de Bayona durante el primer alzamiento de 1872. Ascendido a Brigadier en 1873 por Dorregaray, pasó a Guipúzcoa el 6 de Enero como Comandante General de ese territorio, donde organizó el Batallón de Cazadores de Azpeitia, con el que combatió en Eraul. Su dirección de la guerra en Guipúzcoa motivó su ascenso a Mariscal de Campo y a la condecoración de la Cruz Roja Militar de 1ª Clase en Diciembre de 1873. Sin embargo, sus desavenencias con Dorregaray y el Diputado General de dicho territorio, Dorronsoro, motivaron el que se le nombrara Comandante General de Aragón a principios de 1874. Acusado en ocasiones de excesiva prudencia en la dirección de la guerra, de profunda religiosidad, sus detractores y los panegiristas de Santa Cruz llegaron a manifestar que debió nombrarse al cura para el alto mando de Guipúzcoa, y a Lizárraga su capellán. Fue, sin embargo, un mando efectivo y valiente en la guerra regular, y de absoluta lealtad en las misiones difíciles, casi suicidas, como en la defensa de la Seo de Urgel.

Las fuerzas realistas que combatieron en Eraul, eran unidades aguerridas, pero apenas entrenadas, surgidas de partidas guerrilleras reunidas unos meses antes. Así, En Abárzuza, entre el 22 y 27 de Marzo, Dorregaray había logrado un cierto respiro en sus constantes retiradas, que le permitió la estructuración de dos batallones de infantería y el entrenamiento de las unidades concentradas hasta entonces. Probablemente, fue el único adiestramiento regular que recibieron al inicio de la guerra. La tropa nunca  había combatido en línea hasta esa fecha. Por otro lado, algunas compañías que componían el Batallón de Cazadores de Azpeitia de Lizárraga eran tropas que habían desertado del ejército enemigo, teniendo por tanto una instrucción y disciplina superiores.
Voluntario carlista del E. del Norte 1873
En teoría se trataba de voluntarios, y como tales se les calificaba en los partes y proclamas carlistas. Sin embargo, también es cierto que las instituciones carlistas habían  decretado la movilización general de todos los hombres de edad comprendida entre los 18 y 40 años. Esto conllevaba que muchos de aquellos hombres podían haber sido alistados bajo coacción en aquellas poblaciones en las que las partidas y guerrillas habían entrado. Por otro lado, no cabe duda de que en su gran mayoría se trataba de hombres fuertemente concienciados en los fundamentos políticos y religiosos en los que se basaba el levantamiento, como acredita la fiereza con la que lucharon en esta y en futuras acciones.
Por aquellas fechas, todavía eran unidades apenas equipadas. En la mayor parte de los casos las plazas estaban sin uniformar, y su armamento era bastante heterogéneo. Por otro lado, los batallones 1º y 2º de Navarra habían logrado equiparse de fusiles Remington en casi su totalidad. El 3º todavía se armaría de fusiles Berdam. Sin embargo, es probable que muchos hombres estuvieran armados con escopetas de caza o carabinas de su propiedad, y algunos simplemente con palos. La unidad básica del Ejército carlista, el Batallón, se componía teóricamente de 900 plazas. A pesar de ello, es dudoso que las compañías estuvieran al completo. El periodo de marchas y contramarchas que precedieron a la batalla, la tentación que suponía el indulto a los que entregaran las armas, las bajas sufridas entre heridos y prisioneros en las distintas acciones, reducirían notablemente los efectivos reales.
Así mismo, la caballería carlista, que tan decisiva participación iba a tener en la acción del 5 de Mayo, era un arma netamente en ciernes. Mal uniformada y equipada, apenas adiestrada, había sido creada bajo la iniciativa de Pérula, mediante la requisa de monturas en los pueblos, o bien mediante la aportación de los propios jinetes que se presentaban en la partida de aquel guerrillero. En algunos casos se carecía hasta de sillas montar, y las que había no eran reglamentarias. Sin embargo, contaban con el apoyo de un escuadrón de húsares se había pasado del campo contrario con todo su equipo, poco antes de la batalla.
La valoración numérica de las fuerzas carlistas participantes realizada por los historiadores liberales es, a mi entender notoriamente exagerada. Así, la Narración Militar de la Guerra Carlista, las cifra en 4.000 hombres. Antonio Pirala en La Ilustración Española y Americana, en 3.500. Sin duda, las fuerzas legitimistas superaban a las fuerzas gubernamentales, pero considero más realista la numeración dada por Antonio Brea en el Estandarte Real, de 1.800 efectivos carlistas, dado que, en caso contrario las sucesivas cargas realizadas en la acción por el republicano Coronel Navarro podrían considerarse más un acto de locura que de valor, el cual fue públicamente ponderado por propios y adversarios.
Voluntarios carlistas E. del Norte 1873
En tal sentido, es de destacar que por parte legitimista, en la acción participaron el 1º, 2º y 3º Batallones de Navarra (los dos últimos de reciente formación). A parte de la reducción de fuerzas por los motivos arriba aducidos, hay que recordar que cuatro compañías del Batallón del Rey, 1º de Navarra, se hallaban aisladas con Pérula en Alava. Igualmente reducido se encontraba el Batallón de Cazadores de Azpeitia, 2º de Guipúzcoa, que mandaba el Teniente Coronel Ramón de Inestrilla, bajo las órdenes de Lizárraga, que no alcanzaba las 400 plazas. Así mismo, tuvo una intervención destacada la Compañía de Guías de Castilla, conformada por los primeros voluntarios de esta región, y por oficiales sin mando que combatían como soldados rasos hasta encontrar destino. Combatieron también los alaveses de Llorente. Finalmente, Valdespina comandaba cincuenta jinetes, entre ellos el escuadrón de húsares mencionados, que se había pasado del campo contrario.



Mandos y Ejército Republicano:
Los propios historiadores contemporáneos a la batalla de Eraul, reconocen que hubo causas estructurales en la derrota, que trascendían a la propia iniciativa del Coronel Navarro, sin embargo, éste fue el oficial superior de las unidades republicanas que combatieron en Eraul, y quien dio la orden de ataque a las tropas que comandaba sobre el campo de batalla, sin recibir órdenes superiores.
D. Joaquín Navarro y Fernández: El Coronel de la columna republicana que se enfrentó a los carlistas en Eraúl, pertenecía a la nueva hornada de jóvenes oficiales profesionales surgidos de las modernas teorías militares desarrolladas por el General Concha. De 33 años de edad, era comandante del Cuerpo de Estado Mayor del Ejército, considerado brillante y pundonoroso. Combatió en Cuba, y ganó dos cruces de San Fernando, formando parte del Estado Mayor del Capitán General Marqués de Novaliches, durante la batalla de Alcolea. Fue destinado al Ejército del Norte al producirse el levantamiento carlista, siendo nombrado comandante de la Escolta del Estado Mayor de aquel por el General Pavía, en Marzo de aquel año. Posteriormente, el General Nouvilas, siguiente comandante general de las fuerzas del Norte, le puso al mando de una columna destinada a la persecución de las facciones realistas. Durante aquellas jornadas, se condujo con eficacia y actuó siempre en coordinación con las otras fuerzas amigas con las que combinaba movimientos.
Las unidades que comandaba pertenecían al Ejército de Operaciones del Norte del que se calcula se componía de unos 25.000 efectivos en las fechas en las que se desarrolló la acción, la más potente fuerza bélica de la península por aquella fechas. A pesar del apreciable número de efectivos, es de destacar que se trataba de una fuerza apenas cohesionada, dividida en pequeñas columnas y guarniciones, especialmente destinadas a patrullar las comarcas en las que podrían concentrarse el enemigo, escoltar convoyes de suministros y correos, y proteger depósitos, enlaces ferroviarios y poblaciones para evitar que cayeran en manos carlistas.
Esta dispersión había contribuido a un mayor dominio del territorio, a lo que se añadió el buen estado general de las comunicaciones, y el uso del ferrocarril como recurso para traslado de refuerzos y suministros. Por otro lado, los oficiales del ejército eran todos hombres de academia surgidos de la reforma militar propugnada por el Marqués de Duero, bien formada conforme a criterios educativos de aquel periodo.
Sin embargo, el Ejército gubernamental adolecía de una serie de problemas derivados en gran medida del cambio de régimen. Si bien, y contra todo lo esperado por los legitimistas, el grueso del Ejército se mantuvo fiel al gobierno de la República, la inestabilidad política que devino dañó la moral y la disciplina de la tropa. Muchas unidades destinadas en el Norte parecían cercanas a la sublevación. Poco antes de Eraul, la guarnición de Bilbao se negó a salir de la villa para contener a las guerrillas carlistas, sin haber recibido previamente la paga. En Cataluña, muchos historiadores creen que la muerte del general Cabrinety en la acción de Alpens fue provocada por sus propios hombres.
Columna de tropas republicanas en marcha 1873
La tropa se nutría fundamentalmente del sistema de reclutamiento mediante reemplazos surgida de la Ley de Reclutamiento de 1869. El sistema de la compra de la exclusión por parte de las familias pudientes, hacía del mismo un régimen evidentemente injusto y, por tanto, hacía la llamada a filas algo realmente impopular, sobre todo en las clases más desfavorecidas.

El desmantelamiento de las instituciones centrales motivó que el ejército regular sufriera un cierto caos organizativo. Las unidades estaban incompletas, faltaban municiones, hubo favoritismos de última hora para los puestos de responsabilidad que motivaron repentinos cambios en los mandos superiores del escalafón, lo que dio lugar a reorganizaciones repentinas y mal elaboradas, y a falta de confianza por parte de la tropa.
Por otro lado, en 1873 de forma prácticamente mensual se cambió el responsable del Ministerio del Ejército así como el General en Jefe del Ejército de Operaciones del Norte. De esta forma era materialmente imposible una planificación estratégica de la campaña contra los legitimistas. Ningún mando superior estaba el tiempo suficiente en el cargo como para influir con sus disposiciones en el refrenamiento del levantamiento. Los mandos previos a Pavía intentaron coordinar el movimiento de sus columnas de patrulla aprovechando el telégrafo, pero los rápidos movimientos de las partidas carlistas hacía que las órdenes surgidas del centro de mando quedaran obsoletas casi de forma inmediata.
Por tal motivo, Pavía, que tomó el mando en Marzo de 1873, había conferido una autonomía de mando a las columnas que patrullaban y perseguían a las partidas carlistas, siempre y cuando maniobraran en coordinación con otras unidades de cara a un objetivo definido. Dicha disposición fue confirmada por el siguiente general al mando, Nouvilas, llegado en Abril de 1873, y permitía un desarrollo más realista de los movimientos de las pequeñas unidades conforme a las necesidades del momento, como acredita el acoso al que sometieron a las fuerzas de Dorregaray en Abril de 1873, si bien no posibilitó una concepción estratégica de conjunto.
Cuando se produjo la derrota de Eraul, el Ejercito de Operaciones estaba sin mando superior, dado que el General Nouvilas había sido llamado a Madrid para ocupar el puesto de Ministro de Guerra, sin que se nombrara un mando interino. Sin duda, esto contribuyó en gran medida a la misma al no poder contar los comandantes de columna con un oficial superior que autorizara el ataque o el empeño del combate.
La infantería republicana era heredera de una sucesión de reformas estructurales derivadas de la Revolución de 1868. los Regimientos se componían de dos batallones de seis compañías de 150 hombres cada uno, lo que motivo la reducción de su potencia efectiva en un tercio. Cada Regimiento por tanto contaba con unos efectivos teóricos de 1800 hombres. Si bien, en campaña, las columnas republicanas tenían diversa formación pudiendo componerse de compañías o batallones de distintos regimientos.
Infantería Republicana en campaña 1873
Esencialmente, la infantería se dividía en unidades de cazadores, o infantería ligera, e infantería de línea. La primera se trataba de unidades de especial veteranía, conformada especialmente por fuerzas regulares. Su equipamiento era semejante. Ros, casaca azul, o capote en invierno, y pantalón rojo, complementado por una manta cruzada sobre el hombro. En 1871 se había impuesto como arma básica reglamentaria el fúsil Remington, de retrocarga y cartucho metálico, que sustituyó al Berdam.
Navarro contaba en su columna con un batallón de Cazadores mandado por el Comandante Braulio García del Regimiento de Sevilla, con el Comandante Valles como segundo, cuyo superior era el Teniente Coronel Martínez, que también participó en la batalla. Un Batallón de Barbastro, “cuya disciplina dejaba mucho que desear”, dirigido por el Comandante Batllé . Así mismo, combatieron como infantería dos compañías, 1ª y 6ª, del 3º Regimiento de Ingenieros, comandados por el Teniente Coronel Acellana.
Lanceros de Villaviciosa 1873
La caballería en aquel periodo se componía de tres tipos de unidades: Lanceros, Cazadores y Húsares. En 1873, su presencia en el Ejército de Operaciones del Norte fue meramente testimonial, y fue destinada especialmente a labores de escolta, correo y reconocimiento, casi siempre en pequeñas unidades, debido a que la naturaleza del terreno en el que se desarrolló aquella parte de la guerra, no permitía el uso de grandes masas de este arma. Navarro contó en Eraul con una sección del Regimiento de Lanceros de Villaviciosa, cuyo comportamiento fue igualmente dudoso, contando con unos cuarenta jinetes.
El jefe republicano contaba también con el apoyo de una sección de dos piezas de artillería Krupp. La artillería republicana fue el arma del Ejército que sufrió con más intensidad la situación de inestabilidad política vivida en los últimos años. Disuelta y destituidos sus mandos por insubordinación el 8 de febrero de 1873, este acto del último gobierno monárquico del Presidente Ruiz Zorrilla, dio lugar a la abdicación del Rey Amadeo I. Este desmantelamiento se intentó reconducir con el subsiguiente ascenso de suboficiales y artilleros hasta completar el escalafón, lo que no hizo si no incrementar el caos generado. Esto motivó que algunos oficiales se presentaran a las órdenes de Don Carlos formando los cimientos de la artillería carlista. En Eraul nacía ésta con la captura de su primer cañón, al que apodaron “El Abuelo”.
Si bien algunos historiadores militares liberales calculan en 900 hombres los efectivos totales de Navarro, sin duda son más cercanas a la realidad los atribuidos por los historiadores carlistas Hernando y Brea, de 1.200 hombres. Este número es ratificado por Pirala en La Ilustración... en la crónica contemporánea de la batalla.

La Acción de Eraul. Choca la infantería.
Mapa de la Batalla de Eraul. Leyenda: Verde: Carlistas Rojo: Republicanos. Aspa Blanca 1ª posición. Aspa Negra 2ª posición. Narración Militar de la Guerra Carlista

 Eraul es una pequeña población situada al noroeste de Estella, al pie de la sierra Echavarri y que defiende el único paso que atraviesa dicha estribación, entre las peñas de San Fausto y Zubite. Paso estrecho por el que es necesario acceder para seguir el camino más corto desde el Valle de Allín a la comarca de Abárzuza. Hoy, como entonces, es un territorio abrupto y boscoso que mantiene una orografía semejante a la que tenía en la fecha de la acción, hace casi siglo y medio. Es una zona poco propicia para el despliegue de unidades conforme a la concepción decimonónica, y especialmente nada apta para la maniobra de la caballería, por sus estribaciones rocosas y la densidad del follaje que cubre el terreno.
De ahí puede derivar la confusión de los diversos partes militares que narran la batalla y el encarnizamiento de la misma, proporcionalmente superior a posteriores acciones que implicaron mayor número de fuerzas.
La noche del 4 al 5 de Mayo de 1873 pasada en Galdeano, tuvo que ser de las de mayor tensión e incertidumbre que tuvo que vivir Dorregaray a los comienzos de su mando. Las fuerzas amenazaban con disolverse, y los mandos se mostraban reacios a seguir las marchas, sin probar un enfrentamiento previo. Los guipuzcoanos pedían a Lizárraga, su comandante, volver a su tierra. Algunos altos mandos comenzaban a hablar, más o menos abiertamente, de solicitar la sustitución de Dorregaray. Encabezando estas murmuraciones se encontraba el propio Marqués de Valdespina, y el Teniente Coronel Calderón que, por sus desavenencias con el general ceutí, había solicitado su traslado al 2º Batallón de Navarra, donde estaba de Jefe de Estado Mayor de Teodoro Rada.
Los oficiales de los batallones navarros se reunieron con Ollo para tratar de que convenciera al Comandante General del Norte para que entrara en combate o permitiera la dispersión de la columna para volver a los combates en guerrilla.
Nicolás Ollo, comandante general de Navarra, comprendía por su parte la terrible y decisiva paradoja a la que se enfrentaba su superior. Sin duda alguna, era necesario dejar de retirarse para mantener la moral de los hombres; era imprescindible el enfrentamiento. Por otro lado, las fuerzas carlistas, apenas entrenadas, con pocas municiones y sin estar totalmente armadas, no podían correr el riesgo de enfrentarse a las tres poderosas columnas republicanas que les perseguían en una sucesión de movimientos combinados que muy bien podían barrer al recién formado ejército legitimista.
Un nuevo Oroquieta, un año después, podía ser el fin definitivo de la causa de Don Carlos. El combate que se librara, en aquella tesitura, muy bien podría ser el último. Porque, aquella madrugada del 5 de Mayo en Galdeano, estaba concentrado el grueso de las fuerzas carlistas con sus principales mandos.
Por todo ello, Ollo tenía también sus reticencias a un enfrentamiento y así lo expresó a sus subordinados. Si bien se avino a intentar convencer a Dorregaray para que tomara una decisión.
Por otro lado, a la tensión creciente de aquella noche contribuyó la llegada de una carta personal de Carlos VII a Dorregaray, fechada en Francia el 25 de Abril, y en la que el monarca legitimista recriminaba a su Comandante la falta de resultados a estas alturas de la contienda. En la misma, el Pretendiente al trono, apenas podía disimular su decepción, a pesar de que expresaba la confianza en las capacidades del Comandante General, que justificaban, sin duda, su confirmación.
Las dudas expresadas por Ollo en ese instante, motivaron que varios comandantes y oficiales de batallón acudieran a Lizárraga y le propusieran un golpe de mano con el que hacerse con el mando superior de las tropas. Este se negó a ello y les recriminó su actitud por lo sediciosa. Sin embargo, acudió al alojamiento de Dorregaray. Allí le manifestó abiertamente su intención de abandonar la columna y volver con el Batallón de Azpeitia al territorio bajo su mando si el Comandante General no tomaba la iniciativa.
A pesar de las amenazas y de la creciente tensión, éste no adoptó ninguna decisión inmediata.
La columna Dorregaray se adentra en la Peña Zubiti
Al día siguiente, a las diez de la mañana, las fuerzas carlistas salían de Galdeano en dirección a las laderas del Puerto de Echávarri por las Peñas de Zubiti, una meseta boscosa que domina tanto Eraul como el Valle de Allín por sus respectivas vertientes. Allí descansó la columna, y desde las alturas descubrieron el acercamiento de una única fuerza de las tres que les perseguían: la columna del Coronel Navarro.
Esta atravesaba en esos momentos la sierra de Lóquiz en dirección a Galdeano, desde cuyas alturas pudo ver el desplazamiento de las fuerzas enemigas en dirección a Echavarri y Eraul. Navarro se decidió por continuar la persecución, sin que conste si informó de ello a las columnas de Costa y Castañón. Parece ser que no fue así, dado que la de columna más cercana, la de Castañón, derivó hacia Eraul cuando escuchó el fuego del combate, cuando ya era demasiado para prestar su auxilio.
En Galdeano descansó una hora, sobre todo para reunificar su unidad, muy desligada y dispersa, debido a la estrechez de los caminos y carreteras por los que había evolucionado. Después, continuó la marcha por Artabia, cruzando el arroyo del Urederra por el puente de esta población, y comenzando su ascenso hacia Eraul, por donde Navarro había visto desaparecer a la fuerza perseguida. La marcha en columna la abre el Batallón de Sevilla, flanqueado por dos compañías por su izquierda, para prevenir emboscadas. Tras él, las compañías de ingenieros y la sección de Lanceros de Villaviciosa. En el centro, marchan los bagajes y la sección de artillería, protegidos por el Batallón de Barbastro, que cierra la marcha.
A sus espaldas dejaba las otras dos columnas amigas.
La visión del avance del enemigo hacia su posición enerva de nuevo a los mandos carlistas. A las 13:00 horas, solicitan a Dorregaray convoque una junta de oficiales. En la misma se vuelve a insistir en la necesidad de entrar en acción. Aquel, finalmente, ordena un despliegue defensivo en la ladera que domina el camino hacia Eraul, con la idea de emboscar al enemigo y hacerlo retroceder. El centro y flanco izquierdo está cubierto por el 1º de Navarra, dirigido personalmente por el Brigadier Ollo. Lizárraga se sitúa con su batallón guipuzcoano a su derecha, en dirección a la población de Echavarri y la cercana ermita de San Mamés, para golpear el flanco izquierdo del enemigo, y envolverle si es el caso. Se completa su posición con la Compañía de Guías de Castilla, y los 200 alaveses de Llorente.
El 2º y 3º de Navarra se sitúan a retaguardia, para contraatacar en caso de retirada. La caballería se sitúa igualmente sobre la meseta que corona el Zubiti, porque el terreno no permite , en teoría, su uso. Todos los cronistas, tanto liberales como legitimistas, valoran lo inexpugnable de la posición en la que se situaron las tropas carlistas. Posiciones de difícil flanqueo, y que obligaban al atacante a tomarlas mediante un avance frontal, ascendiendo necesariamente por una ladera quebrada y boscosa.
Según los testigos contemporáneos, el entusiasmo de los voluntarios cuando recibieron la orden de combatir fue difícil de contener. Los oficiales apenas consiguieron convencerles de que la efectividad de la sorpresa dependería de que guardaran el más absoluto silencio, mientras veían cómo se acercaba el enemigo, inadvertido, hacia sus posiciones.
Mientras, Navarro continua su marcha con las precauciones mínimas, y con un evidente desconocimiento de la situación real del enemigo. Parece claro que pensaba que éste se retiraba hacia Abárzuza, siguiendo la dinámica de los últimos días, y veía necesario el mantenimiento del acoso habida cuenta que esperaba ser respaldado por Castañón y Costa, en caso de enfrentamiento.
Estos, sin embargo, no se encontraban lo suficientemente cerca como para prestar su apoyo. Castañón se encontraba a las 11 de la mañana en Galbarra, al otro lado de la sierra de Lóquiz, que delimita el Allín por occidente. Y Costa, que había tomado la misma dirección se encontraba a esas horas a la altura de Contrasta, todavía en la provincia de Alava. Sin embargo, la actitud prudente del enemigo hasta esa fecha, motivaba el empeño en no dejarle respiro alguno.
Aproximadamente, a las 14:00 horas, los batallones republicanos comienzan la ascensión de la ladera del Zubiti por el camino de Eraul. A poca distancia, ocultos entre la maleza y las rocas se encuentran las fuerzas carlistas que guardan un sepulcral silencio, hasta el punto de que pasan absolutamente desapercibidos para las avanzadillas y los destacamentos de descubierta del Batallón de Cazadores del Regimiento de Sevilla. El día es soleado y caluroso, pero los soldados todavía sienten los efectos del descanso en Galdeano.
Cuando la vanguardia se encuentra a pocos cientos de metros de las primeras casas de Eraul, hacia las 15:00 horas, los carlistas abren fuego con una densa descarga sobre las dos compañías de flanqueo del Batallón de Sevilla, que reciben de lleno el fuego de enfilada. Sin embargo, la unidad guarda al completo la disciplina. Las compañías destacadas se abren en guerrilla y responden a las descargas enemigas, mientras el Coronel Navarro se decide por forzar el paso hacia Eraul, posiblemente convencido de que se enfrenta a la retaguardia enemiga, siguiendo las pautas de comportamiento de enfrentamientos precedentes.
Ordena pues desplegar el Batallón al completo, con el apoyo de las compañías de ingenieros. En vanguardia sobre la nueva línea, avanzan dos compañías de refuerzo del batallón de Cazadores de Sevilla, bajo el mando de García, y los ingenieros de Acellana. El fuego es denso, pero las fuerzas republicanas ascienden por la ladera hasta llegar a distancia de lucha cuerpo a cuerpo de las líneas carlistas. Tanto el 1º de Navarra como el 2º de Guipúzcoa inician una retirada ordenada ante el empuje del Batallón de Sevilla que demuestra en dicho avance su superioridad en disciplina y capacidad de combate.
Mientras, el Batallón de Barbastro se mantiene en formación de combate en Echevarri, en el ala izquierda de la línea liberal, sin empeñar batalla, si bien hace fuego con algunas guerrillas. Los lanceros de Villaviciosa cierran la línea entre Sevilla y Barbastro, protegiendo a la artillería que se encuentra a las afueras de la población.
Viendo que la primera línea carlista, a punto de quebrarse, está cerca de tocar su retaguardia, Dorregaray ordena contraatacar con el 2º de Navarra. Carlos Calderón, con dos compañías, refuerza el frente del 1º Batallón de Navarra y, con dicho apoyo, las tropas legitimistas logran rechazar el avance republicano y hacen retroceder a las compañías de cazadores de Sevilla a su punto de partida.
Carlos Calderón Jefe E. M. 2º Batallón de Navarra
Progresivamente, el encarnizamiento de la lucha se va concentrando en el flanco más cercano a Eraul. Navarro hace avanzar a dos compañías más de Sevilla, y ordena una nueva ascensión. El contraataque, una vez más, da resultado. Las tropas carlistas que carecen todavía de un entrenamiento adecuado, se concentran todavía en grandes formaciones, al estilo napoleónico, para aumentar la densidad de fuego, lo que les hace más vulnerables a la eficacia del fuego graneado del despliegue republicano.
La línea legitimista se tambalea, y retrocede por segunda vez hasta la cima del puerto. Según algunos testigos, ante este nuevo retroceso, el Coronel Rada se enfurece, y sin recibir órdenes prepara a las tres compañías que restan de su 2º Batallón de Navarra, y las lanza a la bayoneta calada. La carga se produce con la brutal táctica por la que posteriormente habrían de ser conocidos los batallones carlistas y que fue diseñada por él: el denominado Estilo Radica. Las unidades se lanzan al choque en el cenit del avance enemigo, sin previas descargas de fuego para contenerle. Al grito de ¡Viva el Rey! se produce el primer choque cuerpo a cuerpo del combate. Es recio hasta el punto de que las tropas del Batallón de Sevilla se ven avocadas a un nuevo retroceso a su punto de partida.
En ese momento, casi una hora después de haberse roto el fuego, ya resulta evidente para los mandos republicanos que no se encuentran ante un destacamento de retaguardia carlista, como en las jornadas precedentes. Navarro es consciente de que el grueso del enemigo se encuentra frente a él, y lo es también de que, si lo derrota es probable que ese pueda ser el último día de guerra, tal y como ocurriera en Oroquieta.
En esta tesitura, Navarro, posiblemente confiado en la imagen de fragilidad dada por el enemigo en enfrentamientos precedentes, resuelve intentar quebrarlo definitivamente, confiado probablemente en la superioridad de cohesión de sus fuerzas, a pesar de su evidente inferioridad numérica. Así, logra contener en la carretera la carga a la bayoneta carlista con una descarga de fusilería, reorganiza sus unidades, e implica a sus últimas reservas del Batallón de Sevilla y de Ingenieros en una nueva ascensión al cerro Zubiti.
En este momento, y a pesar de no habérsele ordenado, la sección de artillería, que se encuentra junto al flanco izquierdo liberal, desmonta las dos piezas Krupp y comienza a bombardear las masas enemigas con metralla, protegida por la caballería republicana.
La infantería carlista recula una vez más perseguida hasta la cima. Dorregaray ordena que el 3º Batallón de Navarra, su última reserva, empeñe igualmente combate para contener la retirada. El 3º es una unidad de reciente formación, que no se ha batido hasta la fecha. Ha heredado los fusiles obsoletos de las dos unidades precedentes, y algunas de sus compañías se encuentran armadas por simples bastones y palos que alzan a modo de alabarda. Aún así, su entrada en fuego consigue contener al Batallón de Sevilla durante unos instantes y rehacer la línea carlista.
A pesar de ello, el fuego artillero y la efectiva fusilería republicana consigue desgastar, al poco, la resistencia carlista. Son las 16:00 horas, y las tropas legitimistas han agotado prácticamente sus municiones. El frente se quiebra y empieza a desmoronarse. Las imágenes de disolución y desmoralización son gráficamente descritas por algunos testigos. Grupos de soldados carlistas empiezan a abandonar el campo de batalla, cuando las principales posiciones se han perdido.
Nicolas Ollo, Lizárraga y Rada intentan que sus fuerzas no se disgreguen. Toman fusiles de algunos caídos e intentan coordinar un contraataque. Ollo reúne a un grupo de soldados y les arenga: “Navarros, hemos salido para morir por Dios. Hoy es el día para morir por El”, pero apenas pueden contener la retirada, que empieza a convertirse en desbandada. Parece a punto de producirse un nuevo Oroquieta, el peligro tan temido por parte del General Dorregaray.

Una carga imposible.
Valdespina, prepara la carga de caballería de Eraul. Cuadro de Augusto Ferrer Dalmau
En ese instante, y desde la última posición de retaguardia, el Marqués de Valdespina, sin pedir autorización o recibir orden alguna, se coloca al frente de la cincuentena de jinetes que conforman del primer escuadrón navarro y la escolta del General Dorregaray, y ordena cargar sobre el centro-izquierda de la línea republicana, en concreto sobre la sección de artillería y el Batallón de Barbastro que lo cubren.
La caballería atraviesa las líneas del Batallón de Azpeitia, la fuerza alavesa y la 1ª Compañía de Guías de Castilla, que cubren el flanco derecho carlista. Es una carga desliñada, debido a la compleja orografía del terreno. Los jinetes tienen que esquivar roquedales, densos zarzales, árboles de bajas copas. Aún así logran llegar a las inmediaciones del caserío de Echevarri y chocan contra la infantería de Barbastro.
Carga de Valdespina en Eraul
El Batallón de Barbastro, que había visto el repentino despliegue de la caballería por las boscosas laderas del Zubite, formó a sus compañías en línea y esperó la carga rodilla en tierra y a la bayoneta calada. Una primera descarga de fusilería, hace caer algunos caballos, pero la caballería no pierde ímpetu, y atraviesa las líneas republicanas. Un infante hiere de un bayonetazo al Marqués, pero éste lo derriba de un sablazo. El capitán Sanjurjo se cobra otras bajas a fuego de revolver. El teniente Lirio recibe un balazo en la pierna.
El Batallón de Azpeitia y los alaveses se enardecen cuando los jinetes carlistas atraviesan sus posiciones, y se lanzan ladera abajo a la bayoneta calada, con la Compañía de Guías de Castilla en vanguardia, dirigida por su segundo al mando, el capitán riojano Juan Pérez Nájera.
Se produce un brutal choque cuerpo a cuerpo entre Barbastro y las fuerzas castellano-guipuzcoanas que dura varios minutos. Pero el batallón republicano termina por dejar el terreno retirándose en completo desorden, sin que sus mandos puedan contenerlos. Tanto la infantería como la caballería carlistas continúan su avance por el flanco izquierdo de la línea liberal, en dirección a la artillería.
Huida de los Lanceros de Villaviciosa en Eraul
El Coronel Navarro intenta conjurar el peligro de su extremo izquierdo, y ordena cargar a Lanceros de Villaviciosa. Los oficiales de la unidad se ponen al frente de la misma y tocan a carga, pero la tropa se desbanda ante la confusa avalancha de infantes y caballería carlista, sin llegar a entrar en acción. La artillería, pues, quedaba así desguarnecida.
Navarro acude, entonces, con algunos contingentes reunidos apresuradamente de los Cazadores de Sevilla.
La Compañía de Guías de Castilla toma uno de los cañones Krupp 
El Coronel Navarro es hecho prisionero en Eraul
Se produce un nuevo combate a choque de bayoneta en la posición de los cañones. El Capitán Pérez Nájera con algunos hombres de los Guías de Castilla consigue desalojar a los refuerzos dirigidos por el jefe republicano, que quedan envueltos por la masa atacante, y aislados del resto de sus fuerzas. Aún así, esta limitada acción de Navarro logra salvar la boca de una de las piezas que puede escapar del cerco. No así la cureña del cañón que cae en manos carlistas. Navarro es hecho entonces prisionero con los supervivientes de su destacamento.
El alferez Ortigosa derriba a un artillero.
Por su parte, la caballería legitimista desbanda a los servidores de la 2ª pieza Krupp, antes de que estos puedan desmontarla. De hecho, intentaban todavía hacer fuego cuando son alcanzados por los jinetes de Valdespina. El alférez Ortigosa salta con su montura sobre la pieza y derriba de un sablazo a un artillero que intentaba introducir un bote de metralla. El resto de la fuerza huye o es hecha prisionera.
Mientras, los batallones navarros que defiendes el centro e izquierda de la línea de Dorregaray, al comprobar el hundimiento del flanco izquierdo republicano, se rehacen y lanzan un último contraataque sobre los batallones del Batallón de Sevilla, ya muy quebrantado por sostener cerca de dos horas de fuego continuado. La línea liberal se quiebra definitivamente ante el nuevo empuje. Grupos de combatientes quedan aislados con algunos de sus jefes en pequeñas bolsas que aún resisten unos minutos, pero que terminan por rendirse. Entre ellos, el Teniente Coronel Martínez, mando superior del Regimiento de Sevilla, y el Teniente Coronel Acellana, comandante de Ingenieros.
El Comandante Valles, intenta contraatacar con algunos hombres para abrirse paso hasta algunas de las bolsas que aún resisten, pero es a su vez envuelto y conminado a rendirse.
Solo el Comandante de Cazadores de Sevilla, Braulio García, logra retirarse en orden hacia Eraul con los restos de las dos compañías de Ingenieros y unos 80 hombres del Batallón de Cazadores de Sevilla, los cuales se refugiaron en la Iglesia de San Miguel de la localidad. Agotados y sedientos, se bebieron el agua bendita y se tendieron por los rincones y los bancos del templo.
Los Cazadores de Sevilla se refugian en la Iglesia de Eraul

El resto de la columna republicana con excepción de algunas compañías del Batallón de Barbastro que se refugian en Echevarri, huye en completo desorden por los campos de la comarca, perseguida por las fuerzas carlistas, que en su entusiasmo han  perdido también toda cohesión y organización.
Algunas fuerzas carlistas dirigidas por Rosa Samaniego, cercaron Eraul y a las fuerzas republicanas de Basilio Garcia que se habían refugiado en la Iglesia. Fueron conminadas a la rendición, a lo éstas que se negaron. Sin embargo, no se empeñó combate alguno. Al anochecer, las tropas carlistas se retiraron, y los hombres de García lograron refugiarse en Abárzuza.
Poco a poco, los pequeños destacamentos de la columna Navarro que se iban reuniendo fueron a adentrándose en Estella.
Ganado el campo de batalla, los tres médicos que componían el cuerpo sanitario de la columna de Dorregaray se hicieron cargo de los heridos de ambos bandos. Cuando fueron estabilizados, algunos fueron trasladados a las poblaciones más cercanas, donde fueron puestos a disposición de la Columna Castañón que se acercaba, y en manos de los voluntarios de la Cruz Roja de Estella, Abárzuza y Pamplona, que se acercaron a ayudar a los heridos de ambos bandos a las 22:00 horas de aquel día.
A diferencia de en la guerra precedente, tanto Carlos VII como Dorregaray y gran parte de los mandos carlistas del Norte, se preocuparon de cumplir con normas básicas de humanidad con los heridos y prisioneros republicanos del Ejército Gubernamental. De hecho, el 18 de Mayo de 1873, Carlos VII autorizó a Dorregaray a poner en libertad bajo palabra a los cerca de 80 prisioneros hechos en la batalla.
Rendición de oficiales republicanos Acellana y Martínez
Tras su puerta en libertad, Acellana y Navarro publicaron una carta abierta en la que agradecían el trato recibido por ellos y sus hombres por parte del enemigo, durante su cautiverio.
En cuanto al número de bajas, Pirala calcula un total de 400 hombres repartidos entre ambos bandos. Los partes son absurdamente contradictorios. Dorregaray habla de 112 muertos republicanos y 36 heridos. Los historiadores liberales no reconocen más de 8 muertos y 45 heridos. Por parte de los carlistas, según parte del Comandante General del Ejército del Norte, cayeron en el campo de batalla 18 muertos y 37 heridos.
Sin embargo, la memoria del voluntario de la Cruz Roja Navarra Florencio de Ansoleaga, que recorrió el campo de batalla dos días después de celebrarse la misma, habría de hablar de indicios de un encarnizamiento sin precedentes. Lo que nos hace pensar que los cálculos de Pirala no estén del todo descaminados más allá de la veracidad que se pueda dar a los partes de guerra, habitualmente poco fiables en cuanto al número de bajas.
Don Carlos se mostró exultante, y no dudó en conceder grandes honores a los hombres que destacaron en la batalla. Así, Dorregaray fue agraciado con el Marquesado de Eraul, Valdespina fue ascendido a Mariscal de Campo por su alocada carga de caballería que dio un vuelco a la acción, Pérez Nájera recibió la Medalla de la Real Orden de San Fernando al Mérito Militar, Teodoro Rada, la Gran Placa Roja del Mérito Militar y otras muchas más...


Valoración
La ultima carga de la infantería carlista en Eraul

Eraul, un campo de batalla que adquiere connotaciones míticas, al ser también escenario de una victoria de Zumalacárregui sobre Oráa en la 1ª Guerra Carlista, adquirió también una dimensión y resonancia decisivas en la 3ª Guerra. Y ello, a pesar del limitado número combatientes que participaron en la misma, muy inferior a otros combates de esta misma guerra menos conocidos. La acción no se caracteriza tampoco por una especial maestría táctica, si no es por la iniciativa de Valdespina, que dirigió una exitosa carga de caballería en un terreno quebrado y espeso, en principio poco apto para tal maniobra contra el flanco del enemigo. En líneas generales se trató de un combate de desgaste en una sucesión de ataques y contraataques frontales.
Parece evidente que el Coronel Navarro no hubiera empeñado combate de haber tenido un cabal conocimiento de las fuerzas a las que se enfrentaba, y cuando lo tuvo, ya era demasiado tarde para intentar poner distancia con el enemigo, sin riesgo de que sus fuerzas se desmandaran en la retirada. Por otro lado, los repliegues sucesivos de las fuerzas carlistas, a pesar de acudir constantemente a sus reservas para sostener su línea, le hizo suponer que quizá pudiera romper su resistencia sin apoyos externos. Pirala considera que debió hacer cargar a los Lanceros de Villaviciosa, cuando comprobó que su infantería había tomado las posiciones enemigas como colofón a la presión lograda sobre las fuerzas vasco navarras. Pero, como decíamos, desde una perspectiva de táctica clásica, el terreno de la liza no era propicio para ello. El hecho de que el Batallón de Sevilla y dos compañías de Ingenieros, 3º Regimiento, sostuvieran prácticamente en solitario la acción contra cerca de 1.800 hombres, a los que hicieron retroceder hasta en tres ocasiones, acredita el valor con el que combatieron y la calidad de las mismas.
La prensa carlista y republicana se hizo amplio eco de la acción, por ser la primera victoria importante del legitimismo en el Norte, y por el absoluto descalabro de unas tropas regulares, profesionales y bien equipadas, frente a la impetuosidad de los “voluntarios” monárquicos que combatían por primera vez en una batalla campal.
La guerra cambió de aspecto a partir de entonces. Un espíritu desmedido de victoria seapoderó del Ejército Carlista, que se acrecentó notablemente con la llegada de nuevos voluntarios a engrosar sus filas, y que ya no dudó en enfrentarse abiertamente al enemigo en nuevos combates campales.
El efecto contrario se produjo en las fuerzas gubernamentales, que iniciaron una estrategia de repliegue generalizado de pequeñas guarniciones a posiciones fuertes, muy semejante al que llevara a efecto el General Valdés, tras la derrota de las Amézcoas en 1835.
Por otro lado, las columnas republicanas comenzaron a  formarse de grandes unidades para disuadir al enemigo de nuevos enfrentamientos, (en ocasiones se reforzaron hasta alcanzar un tamaño superior al de brigada) lo que derivó en la pérdida de movilidad, y un menor control del territorio que defendían. Esto conllevaba una mayor libertad para la estructuración del Ejercito Carlista como fuerza regular, y en la asunción de la iniciativa estratégica por primera vez desde el inicio del alzamiento en Abril de 1872.
Muchas y sonadas victorias habrían de esperar todavía al incipiente ejército legitimista. Udave, Allo, Dicastillo y Montejurra habrían de jalonar el año 1873. A dichas acciones habremos de dedicar próximos artículos.


Jose Ignacio Martínez Ruiz



BIBLIOGRAFÍA:

- La Campaña Carlista. 1872-1876 Aut.: Francisco Hernando. Ed.: Jouby y Roger Editores. París. 1877.
- Campaña del Norte 1873-1876 Aut.: Antonio Brea. Ed. Biblioteca Popular Carlista. Barcelona. 1897.
- Príncipe Heroico y Soldados Leales. Aut.: Reynaldo Brea.Ed. Biblioteca Popular Carlista. Barcelona. 1910.
- Cruzados Modernos. Aut.: Reynaldo Brea.Ed. Biblioteca Popular Carlista. Barcelona. 1918.
- Victorias de Carlos VII. Aut.: Reynaldo Brea.Ed. Biblioteca Popular Carlista. Valencia. S/A
- Historia Contemporánea. Vol.4º Aut.: Antonio Pirala. Ed.: Impr. Manuel Tello. Madrid 1877.
- Narración Militar de la Guerra Carlista de 1869 a 1876. Vol II Aut.: Estado Mayor del Ejército. Ed.: Imprenta del Depósito de Guerra. Madrid. 1884.
- La Cruz Roja de Navarra en la Acción de Eraul. (Mayo 1873) Aut.: Florencio de Ansoleaga. Ed.: Imprenta Jesús García. Pamplona 1913.
- La Ilustración Española y Americana. Nº 18 17 de Mayo de 1873 y nº 19 24 de Mayo de 1873.
- El Estandarte Real. Nº 3. Junio 1889.
- Historia del Tradicionalismo Español. Vol 24. Aut. Melchor Ferrer. Ed.: Trajano. Sevilla 1958.
- La Tercera Guerra Carlista 1869-1876. Aut.: Jose M. Rodríguez Gómez. Ed.: Almena. Madrid 2004.
- La Tercera Guerra Carlista 1872-1876. Aut.: Cesar Alcalá. Ed.: Ristre. 2003
- La Segunda Guerra Carlista en el Norte (1872-1876): Los ejércitos contendientes. Aut.: Juan Pardo San Gil

.Todas las Ilustraciones, han sido extraídas del Album Siglo XIX, patrocinado por la Diputación Foral de Gipuzkoa, salvo el retrato del Coronel Joaquín Navarro, editado en La Campaña del Norte de Antonio Brea, el cuadro "El Marqués de Valdespina en Eraul", obra de Augusto Ferrer Dalmau y la lámina de "Lanceros de Villaviciosa" de E. Gregori, extraída del Blog "Miniaturas Militares". Los derechos que puedan estar vigentes de todas las ilustraciones aparecidas en el artículo, pertenecen a sus autores, y se colocan como complemento informativo del presente artículo. Si alguno de los autores no deseara que obraran en el mismo se procederá a su retirada. Muchas gracias.

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